Liliana Cadena
Hoy quiero hablarles de lo que ha
significado para mi esposo y para mí el casarnos por la iglesia católica.
Cuando mi esposo y yo tomamos la
decisión de compartir nuestras vidas, tras 10 años de noviazgo, mi esposo me dijo que escogiera si nos
casábamos por la iglesia o por lo civil
o simplemente nos íbamos a vivir, que a él le daba igual.
Por mis creencias católicas la
forma de convivencia denominada por muchos como “unión libre” quedó
automáticamente descartada, pero aún debía decidir entre el combo: matrimonio
civil+ iglesia o solo por lo civil. Debo admitir que siempre había soñado
casarme por la iglesia con mi traje blanco y todo eso, pero aún así dude
pensando que si me “iba mal” y me divorciaba sería “la torta” porque no iba
poder comulgar más si me casaba con lo civil con otra persona porque el
matrimonio por la iglesia no tiene disolución, salvo contadísimas excepciones,
siendo estas sometidas a un largo proceso que debe hasta autorizarlo el
Vaticano.
Fue entonces cuando pensé que si
iba a edificar mi matrimonio lo iba a edificar sobre roca firme para que las
tempestades no lo derrumbaran: y en este caso la roca firme para mí era el
matrimonio eclesiástico. También estaba el hecho de que amaba profundamente a
mi novio y quería hacer con él las cosas lo mejor posible. Además, también, la idea era contar con el apoyo y la bendición
de Dios Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esa es la clave de todo: el
matrimonio no es asunto de dos sino de tres: el esposo, la esposa y la
Santísima Trinidad.
Hoy por hoy, a casi 10 años de
matrimonio, mi esposo y yo estamos seguros de que casarnos por la iglesia fue
la mejor decisión, pues en los momentos difíciles el estar casados “como Dios
manda” nos ha ayudado mucho a no dejarnos llevar por la rabia y tomar
decisiones radicales en momentos en los cuales no podemos pensar con claridad.
Aunque la noche parezca oscura, y
no se vea ni un rayo de luz, va a amanecer. Por eso, cuando tengo tanta rabia
que me provoca tirar todo por la borda antes de acostarme rezo a Dios Padre y
le pido al Espíritu Santo que nos de sabiduría a ambos y dejo todo en sus
manos. Es allí cuando siento que Dios actúa y aquello que parecía ser terrible
se desvanece y viene la paz y la tranquilidad, el arrepentimiento y el
perdón. Tengo la certeza absoluta de que
amo a mi esposo y el a mí y que Dios es, sin duda, el cómplice de nuestro Amor.